Outer Wilds


Ya dejé claro en los mejores del 2019 que Outer Wilds me parecía una de esas experiencias que no hay que dejar pasar, porque la odisea que nos han preparado desde Mobius Digital es de esas que se graban a fuego como pocas cosas en este medio. Hoy quiero desgranar con tiempo todas las virtudes que esconde la odisea espacial
Outer Wilds nos coloca en un pequeño sistema solar donde nuestro papel es –dentro del proyecto de los Outer Wilds– explorar y descifrar los secretos que se esconden en su sistema solar. Mientras se descargaba el juego tenía ciertas reticencias y dudas con Outer Wilds; en los juegos donde se da mucha libertad al jugador siempre temo no encontrar un objetivo claro. Hay casos de excepción, como Breath of the Wild, pero por lo normal suelo aburrirme en los juegos donde la libertad y el ritmo están a mí cargo. Las dudas se disiparon poco después de inicial el juego: lo primero que me tranquilizó fue su tema principal, uno donde se destila un tono hogareño y con el que se crea un sentimiento de pertenencia; y lo segundo fueron sus primeros veinte segundos. En estos primeros instantes nos encontramos frente a una hoguera y se nos ofrece la posibilidad de tostar al fuego de dicha hoguera una nube de azúcar. Explicado así no parece relevante, pero lo es. Cuando ensartamos la nube de azúcar en el palo, nosotros tenemos el control total de la acción: cuán cerca está la nube de la hoguera, cuánto tiempo estará, dónde se colocará. Esto no es una acción vacua, en ese instante se condensa todo lo que hace de Outer Wilds una obra maestra y unos de los juegos más impresionantes que he tenido al suerte de jugar.
De ese comienzo se extrae todo lo que hace grande a Outer Wilds y que solo hará que seguir en las horas siguientes, pero dos cosas quedan claras: La capacidad de atraer al jugador a donde los desarrolladores quieren, pero sin cuartar su libertad y su ritmo. Por eso las primeras sensaciones de Outer Wilds son tan hogareñas para que lo primero que hagamos sea ir hacía la hoguera y en ella preparemos nuestra nube de azúcar y la cocinemos a nuestro gusto, porque si nos gusta quemada al juego le da igual: lo que quiere es compartir esa hoguera con nosotros.

Lo demás viene con la inercia de ese potente momentos y su eco todavía resuena en el cosmos de Outer Wilds. Con nuestra primera salida de Lumbre y nuestra puesta al día con los interrogantes que todavía existen en nuestro pueblo, empezamos la exploración del sistema solar. El juego desde el principio nos abrirá varios frentes y seremos nosotros los que decidamos cuándo y cómo los afrontaremos, pero puede ser contraproducente, porque en caso de atascarnos o perdernos la experiencia puede irse a hacer puñetas. Aquí entra una de los mayores aciertos de Outer Wilds: Los ciclos de 22 minutos. Cada 22 minutos, el sol que corona nuestro sistema solar colapsará en una supernova y la explosión dará fin a la vida de nuestro sistema, pero nosotros reviviremos otra vez 22 minutos antes de dicha supernova en la hoguera de Lumbre. Esto imprime ritmo a las expediciones y una sensación de urgencia constante que nos dejará con la miel en los labios más de una vez. Se siente por momentos como un arcade y manteniendo al jugador a los mandos con un clásico: “Solo una vida más”.

Luego otra cosa que nos enseñan los ciclos es que el tiempo importa y que cada ciclo tiene una introducción, un nudo y un desenlace. Sin querer destripar más de la cuenta, solo digo que hay más de una sorpresa con esta “evolución” de 22 minutos. Pero aunque los instantes finales de cada ciclo puedan ser desalentadores y fríos, siempre volveremos al cálido calor de la hoguera de Lumbre.

Porque si algo es Outer Wilds en una sorpresa constante. No mentiría a nadie si dijera que durante más de una ocasión he tenido que dejar el mando y pararme a sintetizar la inmensidad del descubrimiento que acababa de hacer. Outer Wilds es un juego que entiende a la perfección la grandeza de obras de ciencia-ficción espacial como 2001: Odisea en el espació o Arrival, donde el impacto llega por dos flancos: el argumental y el existencial. Quizás solo soy yo, pero estos momentos me hacen pensar en lo minúsculos que somos y cómo todavía hay secretos que desentrañar en el universo que nos rodea. Es una curiosidad asesina, porque nos obliga a cuestionarnos a nosotros mismo y obligarnos a ver un abismo al que cuesta sostener la mirada. De verdad que es magnifico.
Si se compara, con juegos similares: Outer Wilds pierde en cuanto a años luz renderizados. En este tipo de juegos se suele hablar de universos con montones y montones de planetas que visitar, pero que luego o son similares o no tiene gracia. En Outer Wilds solo hay siete localizaciones: Lumbre, nuestro planeta natal; Hondanada Frágil, Espinoscuro, Gemelos Reloj de arena y Abismo del Gigante. Hay más localizaciones, pero son más secundarias. La cosa es cada mundo es, valga la redundancia, su propio mundo, regido por sus leyes únicas y sus misterios personales. Los primeros instantes en cada uno de ellos son una mezcla de incertidumbre y fascinación constante, una caminata tranquila, ya sea por cautela o por querer absorber cada detalle que más adelante pueda ser vital. Cada unos de ellos nos deparará más de un momento ¡EUREKA! Y más de un susto que nos llevará por delante, pero lo importante es entender cuáles son las normas que rigen en cada lugar y jugar con ellas a nuestro favor.
Puede que es el cosmos sea un sitio solitario, pero Outer Wilds no quiere dejarnos siempre solos. Durante nuestros viajes nos toparemos con otros compañeros del proyecto Outer Wilds que nos explicaran sus vivencias y nos señalaran los lugares de interés o donde habría que empezar nuestra investigación. Estos momentos siempre estarán acompañados de una hoguera y una música que nos llevará por unos instantes a casa, pese a esta a kilómetros de distancia y siempre es agradable comerse una nube de azúcar con un compañero.

Después de saber los lugares de interés toca ponerse manos a la obra y nuestro trabajo es muy parecido al de un arqueólogo espacial, pues uno de los cabo de nuestra investigación será buscar el rastro de los Nomai, una antigua civilización que vino por algún motivo a nuestro sistema solar y dejó más de una huella en él. A nosotros nos tocará entender y comprender los secretos de estos antiguos exploradores y su destino final.


Para entender su complejo lenguaje tendremos nuestro fiel traductor, que nos permitirá leer las inteligibles inscripciones Nomai. La relación con esta civilización no es a través de los típicos diarios o grabaciones, sino conversaciones en un muro. Este detalle es crucial, porque nos presenta a estos seres no como una civilización perfecta y idealizada, sino una que –igual que tú– estaba perdida y que se hacía las mismas preguntas que tú te haces durante la odisea espacial. Eso, quieras o no, crea una conexión muy fuerte con los Nomais y su cultura y hace que los comprendamos en todo momento.

Pero durante las investigaciones también habrá gran variedad de puzzles y rompecabezas. En algunos momentos puede recordar a The Witness, pero la obra de Jonahan Blow es un reto enorme y que ocasiona que te salga humo de la cabeza. Outer Wilds es más asequible, pero si que te pide que entiendas la naturaleza del lugar y sus variables para lograr desentrañar sus secretos. Nos tocará movernos y tocar todo para seguir avanzando en las investigaciones. Outer Wilds en ese sentido es muy gustoso, pues es un juego muy analógico y físico; nada es automático y tendremos que ser nosotros lo que toquemos todo y observemos para que el efecto domino empiece. Es un juego ha no deja jamás de hacerte sentir que todo lo que ocurre en pantalla es gracias a ti, que has querido saber qué pasaba si movías esa bola de un lugar a otro.

Outer Wilds es una obra maestra como pocas suelen verse; tiene tanto que dar y mostrar que no queda otra que dar las gracias por cruzarnos con un juego así. Su diseño es de esos que logra parecer natural y orgánico, pero que a la que te detienes a pensarlo, es una locura que hace volar la imaginación por los cielos más altos. Es una experiencia que quita el hipo con una sencillez que da miedo: Outer Wilds no tiene aristas, es una esfera perfecta. Su forma de guiar al jugador sin agobiarlo, pero sin dejar que se pierda es algo magnífico. La odisea de los Outer Wilds nos lleva a unos lugares únicos y nos hace ser descubridores más de una verdad perturbadora, pero jamás nos trata con frialdad, pues queramos o no, jamás dejamos de sentirnos en esa hoguera de Lumbre: porque Outer Wilds siempre nos permitirá comernos esta dulce odisea como nosotros queramos.

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